El 27 de septiembre se celebra en Argentina el Día Nacional de la Conciencia Ambiental. La fecha fue instituida en 1995, en recordatorio de la tragedia ocurrida el 27 de septiembre de 1993 en Avellaneda. Siete personas murieron intoxicadas por gas cianhídrico, un tóxico formado por la unión de sulfuros y cianuro. Al respecto opinó para Télam la Dra. en Relaciones Internacionales María del Pilar Bueno, investigadora de CONICET y profesora de la Universidad Nacional de Rosario.
Dado que este día constituye una invitación a hacer memoria, vale la pena retrotraernos a la etimología de la palabra conciencia, sobre la cual ha habido intensos debates. Con raíz en el latín y en el griego, conciencia alude a “conocer junto con los demás” o “compartir el conocimiento”. Ahora bien, la diferencia motora que distancia el significado actual del de otrora, no es otro que la distinción entre la acción individual y la colectiva.
La pandemia ocasionada por la Covid-19 pone en evidencia lo que la ciencia, como saber colectivo, viene afirmando desde hace tiempo. Existe un círculo vicioso que tiene como origen un modelo de desarrollo permitido que promueve y deriva en degradación ecosistémica, pérdida de biodiversidad, cambio climático, potenciales enfermedades zoonóticas y nuevas pandemias.
El 2020 está plagado de marcas, no sólo por la pandemia global que va camino a dejar más de un millón de muertos, sino porque la crisis climática y sus consecuencias no se han detenido. Julio fue el mes más cálido de los últimos 140 años y 2020 cerrará el quinquenio más cálido sobre el que se tienen registros. Asimismo, ha habido un notable incremento en los incendios forestales en distintas partes del mundo. No sólo hay más incendios, sino que involucran una mayor cantidad de héctareas y temporadas de incendios más largas e intensas. Estos récords llegan al momento del aniversario de 5 años desde la adopción de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres y el Acuerdo de París sobre Cambio Climático. Entre otros aspectos, sólo 13 países han presentado nuevas contribuciones o actualizaciones de sus contribuciones climáticas y ninguna nos lleva al cumplimiento del propósito del Acuerdo. Este propósito incluye mantener el incremento de la temperatura media mundial por debajo de 2ºC a niveles pre-industriales y hacer esfuerzos para limitar el incremento a 1.5ºC, aumentar la capacidad de adaptación a los efectos adversos del cambio climático, lograr flujos financieros consistentes con trayectorias de bajas emisiones y salvaguardar la producción de alimentos.
A su vez, este año se cierran 10 años del Plan Estratégico para la Diversidad Biológica en el contexto de las Metas de Aichi sobre biodiversidad que promovieron 20 objetivos, incluyendo abordar las causas subyacentes de la pérdida de diversidad biológica mediante distintas acciones. Ninguna de las 20 metas se ha podido cumplir por completo. Es evidente que la no comprensión de los efectos sistémicos de la acción humana y sus consecuencias limitan las oportunidades de la remediación.
Hemos aprendido que incluso aquello que no se pude recuperar, como la vida, es necesario honrarlo con la memoria y con la acción. El derecho humano al ambiente sano pronto cumplirá 50 años y requiere para su cumplimiento de una profunda transformación. Lo aquí descrito no responde sólo a prácticas sistémicas y globales. Este es un llamado a hacer memoria y a construir colectivamente a partir del cuestionamiento urgente y contundente de lo que llamamos modelo de desarrollo, su arraigo a los combustibles fósiles, a la devastación de la biodiversidad, a los modos de producción y consumo insostenibles y al abuso sobre nuestra verdadera herencia en la tierra.
Por María del Pilar Bueno, Dra. en Relaciones Internacionales, investigadora de Conicet y profesora de la Universidad Nacional de Rosario.